(Por Déborah Puebla)
Cierro los ojos, no quiero mirar. Los nervios me están matando, pero no, no debo mirar. ¿Y si voy al baño? No, ya sé, me voy a esconder debajo de la mesa; sí, eso haré, debajo de la mesa…
¿Pero qué estoy haciendo? No puedo mantenerme ahí, soy un adulto, no, no puedo.
Dios, ese ruido de la hinchada y la voz del relator contando los segundos para que termine el partido. Maldito penal…
Quedaron mal parados, el contraataque fue letal. El nueve salió con todo para marcar el gol que sentenciará mi muerte y el dos lo liquidó.
No quiero ver, no me atrevo desplegar mis ojos ante tanta maldad. ¿Quién inventó los penales? Mi suegra, seguro...
¿Ya lo pateó? ¿Qué? ¿Sigue el reloj en 88 minutos? Esto es el colmo.
Bueno, soy un hombre adulto, no puedo ponerme así por un simple, maldito, cabrón penal. Es solo un partido, es solamente la final del campeonato, es solo el gol que me puede quitar la ilusión. Es solo eso.
Mi equipo es de barrio, ascendió cinco categorías y, ¿ahora pasa esto?
Pitazo… viene… viene… patea… ¿qué? ¿otra vez? Nadie se adelantó referí, nadie, se lo juro. Yo vi, bueno, no vi nada, pero no creo que mis jugadores sean tan bobos como adelantarse.
Ahora sí no hay escapatoria, me quedo, lo quiero ver… sí, sí, ahora sí… viene, remata y…
¿Se cortó la luz? No, no puede ser. La radio, sí, sí, la radio me salvará… ¿no tiene pilas? El cielo deber ser un hermoso lugar, no sería mala idea adelantar el viaje.
- Papá, papá
- Ahora no hijo
- Papá, te quiero…
- Yo también, pero ahora no quiero que me quieras
- Pero papá, te quiero decir
- Quééééééééééééé
- Que López atajó el penal, ¡somos campeones! Fue increíble.
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