(Por Déborah Puebla)
Todos en el comedor. Un solo televisor. Tres ventanas. Dos puertas. En 5 segundos recorrí el enorme pasillo que daba al patio de mi casa.
Mi abuelo salió corriendo a buscarme con una campera. Tenía cinco años.
- Son cosas que pasan, me dijo con voz tierna y entendiendo que ese 8 julio marcaría un antes y un después en mi vida.
- No, no lo quiero escuchar. Lo que me va a decir es mentira, una gran mentira.
Héctor, mi abuelo, levantó su cabeza mirando al cielo tratando de encontrar las palabras justas.
"Deborah -contó hasta mil y me miró fijamente a los ojos- perdimos un Mundial."
- Es mentira abuelo, es mentira. Usted me dijo que con Diego era imposible perder. Que a los alemanes se les podía volver a ganar una final, usted lo dijo.
Se sintió el peor de los culpables mientras de fondo se escuchaban los gritos de mi viejo: “Codesal y la puta que te parió”, repetía una y otra vez.
Ilustración: Violeta Barandica
Sé que dije muchas cosas. Me sentí invencible cuando Maradona le dio ese pase a Caniggia para que vuele alto cantando un “Verano italiano” ante Brasil, o cuando eliminamos a Italia de su propio Mundial gracias al Goyco. Pero no pudo ser.
- Abuelo (y ahí me cayó la ficha), ¿qué hago ahora?
- Tenés que ser fuerte porque un día vas a tener que contar la verdad sobre lo que pasó hoy. Estoy seguro de que superarás este dolor…
- ¿Y usted cómo sabe que eso pasará?
- Porque ese día, voy a estar ahí.
Pasaron 30 años de aquella conversación en el patio de mi casa. Mi abuelo murió, pero cumplió su promesa. Hoy está acá, conmigo, mientras escribo para contarte la verdad. Argentina perdió ese Mundial. La supuesta falta de Sensini a Voller cambió la historia. Pero mi abuelo sigue acá. Y ésa es también una gran verdad.
Esa herida nunca cierra.